El árbol de la suerte, de la ciencia…
El árbol de la suerte, de la ciencia,
del perdón y la culpa, se levanta
sobre un mar de caprichos y amenazas.
El paisaje está sordo: en los lados del tiempo
la cascada del ser fluye dichosa,
imperturbable a los gritos de los que, debajo,
oyen latir la fuente de sus sueños.
Allí se retuercen las ramas, y el tronco poderoso
hace brotar la copa, en cuyas hojas
nace el rocío y velan las arañas.
Las raíces están asentadas firmemente
en este suelo extraño, que no las reconoce como propias.
La savia no permite los otoños, da vida y calla,
y alrededor no crece sino la tierra.
Los pájaros anidan en sus oscuras concavidades
y por su corteza cientos de hormigas zigzaguean.
Los grandes predadores se cobijan en su sombra
a pesar de que siempre es mediodía.
Los años lo vieron crecer, siempre impertérrito,
bañado por el sol o por el canto de las alondras.
Cuando llega el invierno, y las criaturas despiertan,
dicen que un viento helado
hace crecer su daño hasta los cielos.